17 Oct Valle de Viñales: El humo de los puros de Cuba
Del Valle de Viñales sale el tabaco que nutre las fábricas de puros de Cuba
En busca del Valle de Viñales donde estan las plantaciones de tabaco para los puros de Cuba más prestigiosos de fabricas como Cohiba, Montecristo, Partagás o Romeo y Julieta…
Desde lo alto del Mirador de los Jazmines se distingue un paisaje de una belleza especial: a primer término la frondosidad de palmeras y copas de densos bosques que resplandecen bajo el sol tropical; en el horizonte, levantándose como gigantes recubiertos de vegetación, las torres montañosas de los mogotes, que destacan como islas verdes en un mar verde; y en el centro el gran valle, moteado aquí y allá por los campos cultivados de las pequeñas vegas… El Valle de Viñales, en la provincia de Pinar del Río en Cuba, no solo es hermoso, sino que es también rico en fauna, flora e historia. Es por ello que el lugar se ha convertido en un Parque Nacional y desde 1999 goza del estatus de Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO.
Aquí se puede admirar la Sierra de los Órganos, en la que los mogotes cársticos de piedra caliza labrada por el agua se remontan hasta más de cien millones de años atrás. Algo menos de tiempo (solo cinco años) tardó el artista Leovigildo González Morillo en pintar el gran Mural de la Prehistoria en una de las paredes rocosas de un gran mogote: aquí conviven moluscos y dinosaurios, reptiles y el hombre que, con colores vivos y llamativos, representan el origen y la evolución de la vida…
Pero si por algo es conocido Viñales es por su extensa producción de una planta concreta. Aquí en el valle se dan las mejores condiciones para el cultivo de la Nicotiana tabacum, es decir, la planta del tabaco, y dicen que es de donde salen las ojas para algunos de los mejores puros habanos del mundo. De aquí se nutren fábricas como Cohiba, Montecristo, Partagás o Romeo y Julieta y dicen que cuando uno de estos cigarros se enciende, el humo azulado que se escapa en las primeras bocanadas recuerda a la neblina matutina que suele flotar por entre las vegas tradicionales de Viñales.
Es fácil ver a los agricultores con sus enseres, trabajando de sol a sol con las mismas herramientas que se usaban hace siglos. El tabaco ya se cultivaba en Cuba antes de la llegada de los españoles, pero fue a partir de la exportación de estos a Europa que el tabaco empezó su relación de amor-odio en Viñales. Aquí en el valle difícilmente se habla de otra cosa que de tabaco, y es casi imposible encontrar alguien que no viva directa o indirectamente relacionada con el cultivo de esta planta.
Pero el tabaco también tiene una parte trágica: en el pasado se habían usado esclavos para trabajar los campos y realizar el curado de las hojas, y la faena era tan dura que muchos intentaban escaparse. Los que lo conseguían se escondían en las muchas cuevas que abundan en el valle, como la de San Miguel, cerca de la Sierra de la Guasasa. Aquí los cimarrones intentaban subsistir cómo podían, recuperando fuerzas para escapar de sus amos, que solían perseguirlos a caballo y con perros.
La esclavitud ya terminó hace años, pero la vida del agricultor de tabaco en Cuba sigue siendo dura. En un país devastado por la política y la pobreza no hay tractores ni máquinas que faciliten la tarea. Los cultivadores de tabaco, como Gerardo González, tienen que realizar todo el trabajo con sus manos. El agricultor me recibió en su granja una mañana a primera hora, me invitó a un café y me contó sus penas mientras torcía un puro sobre sus muslos.
Él pertenecía a la cuarta generación de una familia dedicada desde el siglo XIX al cultivo del tabaco para puros de Cuba. Su campo proporcionaba al año unos mil cujes, en cada uno de los cuales se ponían a secar las hojas de hasta veinte plantas de tabaco. El proceso de curado y secado lo hacían en las casas de tabaco, unas construcciones de madera y techo de hoja de palma que salpican el paisaje de Viñales. Tras unos cuarenta días de secado las hojas de tabaco ya están listas para ser procesadas en las fábricas y se venden al único cliente que pueden tener los agricultores: el 90% de la cosecha la compra el Gobierno a un precio establecido (solo setecientos pesos por quintal). El 10% restante se lo pueden quedar los agricultores para poder hacer lo que quieran con él.
–Principalmente nos lo fumamos –me dijo Gerardo casi terminando de preparar el cigarro–. Es nuestra vida. Y también nuestra muerte. Pero no sabemos hacer nada más…
Gerardo me contó que vendían al gobierno el tabaco sin fermentar y éste decidía el tiempo de fermentación final dependiendo de la calidad requerida para la hoja. Con su porción de hojas, la familia González realizaba una fermentación casera con receta propia que incluía agua, ron y una hoja de guayaba.
El agricultor terminó de torcer el puro y me lo regaló. De aspecto rudimentario pero artesanal, me pareció mucho más auténtico que cualquiera de los cigarros encajonados que vendían en La Habana.
Gerardo sacó uno igual de su bolsillo de la camisa y lo encendió. Y la habitación pareció llenarse de la misma neblina matutina que apenas acababa de desvanecerse en la vega exterior…
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